En torno a la bandera del Ejército de los Andes
La gente suele ser mucho más crédula de lo que uno pudiera llegar a pensar. Incrédula para muchas cosas, el común de los mortales transige con cualquier cosa que le cuenten si es que el origen de la patraña está en internet. Para muchos, cualquier cosa que se diga en internet es verídico, aunque el sentido común y la experiencia nos indiquen todo lo contrario.
Igualmente, a la gente le suelen gustar las fotografías antiguas en blanco y negro que pueden ver en la red. Hace tan sólo unos pocos días, un prójimo publicó la fotografía de una mujer anciana, vestida con ropajes que hacían intuir una muy humilde condición en la fotografiada, y explicaba que la foto era de una mujer, supuestamente de edad centenaria en 1906 -mencionada con nombre y apellido- afirmando que tal persona habría bordado la bandera del Ejército de los Andes. Muchos aplaudieron, declamaron loas y parabienes; todo esto hubiera estado muy bien si no fuera porque es conocido quiénes fueron las damas que bordaron la bandera de tan glorioso ejército.
Recordé entonces que en ese glorioso ejército revistó mi chozno el coronel Modesto Sánchez, que luchó con tal milicia en Cancha Rayada y en Maipú. Su hermano, el coronel Antonio Saturnino Sánchez, integró también la misma hueste en las campañas que lo llevaron al Perú y, posteriormente, al Ecuador, donde combatió en la batalla de Pichincha y en la toma de Quito junto a las tropas del general Santa Cruz, a cuyas órdenes había sido puesto por el general San Martín en 1822, para reforzar las tropas del general Sucre. El coronel Gregorio Sánchez, hermano de los otros dos, también sirvió en el Ejército de los Andes, incorporándose al Estado Mayor del general San Martín en el Perú, haciendo la campaña de Ica y volviendo a Lima, por orden de San Martín, a instruir sus milicias cívicas y permaneciendo allí hasta la sublevación del Callao.
También revistaron en ese ejército, con gloria, dos hermanos de mi chozna Irene Soler. El general Miguel Estanislao Soler fue Jefe del Estado Mayor de ese ejército, con el que venció en Las Coimas, Putaendo y Chacabuco, regresando luego a Buenos Aires debido a las diferencias que mantuvo con Bernardo O´Higgins. Su hermano, el coronel Manuel Soler, había llegado hasta el Perú e intervenido en el sitio del Callao y en la batalla de Junín, como Jefe del Estado Mayor del general Bolívar. Murió en Lima, en 1825, ciudad de la cual había sido gobernador.
Todos ellos lucharon por la libertad de América bajo la misma bandera, aquella que el general San Martín resolvió encargar a la dama chilena Dolores Prats de Huisi, que junto a su marido había pasado a Mendoza -huyendo de los realistas- después de la derrota de Rancagua y que volvió a la tierra de su nacimiento después de la victoria de Chacabuco, para morir en Chile en 1834.
La señora de Huisi confeccionó la bandera del Ejército de los Andes ayudada en su labor por las señoritas Laureana Ferrari, Mercedes Álvarez y Margarita Corvalán, siendo jurada en la plaza de Mendoza el 5 de enero de 1817.
Del abanico de Laureana Ferrari procedieron las lentejuelas que sirvieron para adornar los bordados de la bandera. Nacida en 1803, tenía 14 años cuando ayudó a la señora de Huisi a confeccionar la bandera y su mano fue pedida -por el propio San Martín- para el oficial de ese ejército, coronel Manuel de Olazábal. Murió en Buenos Aires, en 1870.
Mercedes Álvarez, nacida con el siglo, tenía 17 años al confeccionar y bordar la bandera. Casada con Tiburcio Segura, murió en 1893. Fue la única que volvió a ver la bandera del Ejército de los Andes en la Casa de Gobierno de Mendoza.
Tanto Dolores Prats de Huisi, como Laureana Ferrari de Olazábal y Mercedes Álvarez de Segura integran ese reducidísimo grupo de damas que llamamos Patricias Argentinas, y como tales patricias, en 1910 -año del centenario de la Revolución de Mayo- se batieron las medallas en las cuales aparecen representadas para que su gesto viva en el recuerdo de sus agradecidos compatriotas.
Una cosa son las curiosidades y hechos amables de que está jalonada la historia de nuestro país y de los cuales hay buena memoria entre quienes cultivan el estudio histórico, otra cosa muy diferente son las patrañas que, frecuentemente, circulan por internet para epatar a los pánfilos y a los poco instruidos internautas.