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La mala genealogía es más fácil de hacer que la buena genealogía.

"...la historia que se nos enseñaba a hacer no era, en realidad, mas que una deificación
del presente con ayuda del pasado. Pero rehusaba verlo -y decirlo-".

Lucien Febvre, Combates por la historia, 1953.

 

 

Ya muy avanzado el s. XXI vemos como en muchos genealogistas sigue prevaleciendo un concepto retrógrado y carente de sentido al exponer ciertos lazos de parentesco -o nexos de unión- entre diferentes personajes actuales, como si el objeto de la genealogía no fuera otro que aportarnos una manera de magnificarnos a nosotros mismos, utilizando para ello el concurso de nuestros ancestros.

Esta forma poco adecuada de servirse de la genealogía fue, lamentablemente, muy empleada en épocas pasadas, otorgando a la ciencia genealógica y a los genealogistas una imagen de poca seriedad y credibilidad.

Actualmente, pese a que la imagen actual de la genealogía y de quienes la cultivamos dista mucho de ser la que era -siendo percibida por los iniciados como una ciencia imprescindible y fundamental para abordar el conocimiento histórico de las naciones y de sus sociedades- parecería que aún existen muchas personas que, dejándose atraer por egocéntricos falsos oropeles, se aferran a esos conceptos anacrónicos y carentes de valor que, ya casi finalizado el primer cuarto del s. XXI, resulta necesario desterrar definitivamente.

En los últimos días hemos podido ver, en diferentes foros de internet, dos escritos firmados por dos genealogistas muy diferentes: Uno es un veterano genealogista, conocido integrante de numerosas instituciones genealógicas, que peina ya muchas canas y que, orgulloso de sus nietos, seguramente siente que le resta aún mucho camino por andar y muchas cosas que aportar; el otro es un joven genealogista, que aún en la veintena tiene por delante toda la vida por vivir.

A pesar de tantas diferencias de edad entre sus autores ambos trabajos son idénticos. Los dos trabajos parecerían que sólo sirven para efectuar una deificación del presente con la ayuda del pasado, como menciona Febvre en la cita con la que abrimos este escrito.

El primero de ellos, firmado por el joven genealogista, nos muestra una esquelética relación entre los tatarabuelos de Simón Bolívar y tres personas que nos son contemporáneas (dos líderes políticos venezolanos opuestos al gobierno venezolano actual, y un genealogista argentino que no es el autor del esquema genealógico del que hablamos). Los tres tienen como ancestros comunes a estos tatarabuelos de Bolívar, siendo 8vos. abuelos tanto del genealogista argentino como de los políticos venezolanos. Bolívar, primo del tatarabuelo del genealogista argentino, y tan sólo primo en tercer grado de los tatarabuelos de los políticos venezolanos, es el elemento que ha utilizado nuestro joven genealogista para aportar el oropel a este esquema genealógico que ilustra el lejanísimo parentesco entre los políticos venezolanos y el genealogista argentino, cuyo ancestro común han de buscarlo nueve generaciones atrás.

En el segundo de los trabajos el experto genealogista, con motivo de realizarse en estos momentos los Juegos Olímpicos en París, expone su ascendencia hasta el ancestro común que lo une al Barón de Coubertin, padre de los Juegos Olímpicos modernos. En este caso hay que retrotraerse en el tiempo para encontrar al ancestro común allá por el s. XV, resultando nuestro anciano genealogista hijo de un primo en 12º grado de Coubertin.

No satisfecho con esto -al haber interpretado la cantante canadiense Céline Dion una canción de Edith Piaf durante la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos-, nuestro anciano genealogista expuso también un esquema genealógico en el cual se puede ver su lejanísimo parentesco con la cantante del Québec. Céline Dion resulta así 5ª nieta del primo en grado 21º del anciano genealogista, teniendo que ir a buscar al ancestro común allá por el s. XIII.

Céline Dion y Mes Aiëux

Aunque resulta llamativo, probablemente los tres esquemas sean correctos en cuanto que muestran una filiación derivada de un tronco común. Más allá de la estricta filiación ¿aportan algo más? ¿resulta de esto algún interés genealógico o sólo sirven como una manera de deificación del presente con la ayuda del pasado? ¿deifica el primer esquema a los políticos venezolanos y al genealogista argentino al emparentarlos con Bolívar? ¿puede servir para presentar a los políticos opositores al gobierno venezolano como “libertadores” a semejanza de Bolívar? ¿Se sirve el joven genealogista de este esquema genealógico para deificar sus preferencias políticas?

En el caso del segundo y tercer esquema parecería que la deificación reside en el propio venerable genealogista que los publica, mostrándonos un parentesco absolutamente lejanísimo con Céline Dion y con el Barón de Coubertin. Si en el primero de los casos el genealogista deifica su pensamiento político, en el segundo de los casos es el propio genealogista el deificado. La primera deificación pretende ayudar a una causa política, la segunda sólo sirve para exaltar el propio ego; ambas antiguas formas de servirse de la genealogía, ampliamente criticadas tanto en épocas pasadas como en la actual.

Contemplando los tres esquemas recordé a Aguirre cuando afirma, con toda razón, que “La mala historia es mil veces más fácil de hacer y de enseñar que la buena historia[1]. Los tres esquemas nos presentan una visión esquelética, de unas ramas especialmente seleccionadas para mostrar la filiación y el parentesco lejanísimo de unas personas determinadas. La exposición de estas filiaciones no aporta a nuestro conocimiento más datos históricos.

¿De qué nos sirve saber que el anciano genealogista tiene un ancestro común, nacido hace más de 8 siglos, con la cantante canadiense si no podemos conocer, con los datos aportados, qué causas fueron las que influyeron, provocaron y dieron lugar a que se concretaran estas filiaciones y no otras? ¿Cuál fue la razón histórica que provocó que los hechos ocurrieran de tal manera y no de cualquier otra? Teniendo en cuenta que la descendencia presumible en los tres esquemas estudiados va desde miles a millones de descendientes probables en la actualidad, ¿qué razones hubo para que la descendencia, en cada rama estudiada, se diera de esta manera y no de otra forma? Al dejar de lado toda explicación y toda reconstrucción histórica a que podrían dar lugar los tres esquemas genealógicos, sus autores acaso incurran en un positivismo demostrativo de unos datos genealógicos esqueléticos, de hechos sin vida cuyo único objeto parece ser la deificación, ya sea de los personajes mencionados o del propio genealogista.

Pensando en algunos conceptos genealógicos, tampoco podrían esgrimirse estas seleccionadas líneas de descendencia como ilustrativas de pertenencia a un linaje, en el cual el individuo resulta consecuencia de sus antepasados, siendo que “la sola filiación no basta para que un individuo pueda considerarse integrado en un linaje[2]”, sino que debe tener conocimiento y conciencia de ello, asumir la pertenencia al mismo y el deseo de continuidad. La simple descendencia de un ancestro en común no nos hace a todos miembros de un mismo linaje; de hecho los genealogistas conocen bien el concepto de genearca, ese ancestro que es común a muchos linajes de una misma región. Hoy en día, gracias a los avances científicos de la genética, incluso sabemos cierta la existencia de esos primeros padres comunes a toda la humanidad, que parecen haber habitado en el centro de África y que la tradición llamó siempre Adán y Eva, que han dejado de ser considerados un concepto bíblico para convertirse en una realidad antropológica; desde los principios de este siglo, hace ya más de 20 años, conocemos también la existencia de siete matriarcas prehistóricas[3] de las que desciende la práctica mayoría de la población europea actual, de las que nos dio cuenta el renombrado genetista Bryan Sykes.

No podemos sino preguntarnos hasta qué punto los políticos venezolanos son conscientes de que sus choznos[4] eran primos en tercer grado de Simón Bolívar; en el caso de que la respuesta fuera afirmativa podríamos incluso cuestionarnos si ese lejano parentesco les ha sido transmitido en el seno de sus familias, como un patrimonio moral inherente al linaje, y si este hecho ha motivado alguna influencia destacable en ellos.

Aunque es común en los linajes el hecho de saberse parientes sin saber especificar cuál es el parentesco preciso, las 12 generaciones transcurridas me inclinan a pensar que Coubertin no tendría consciencia de integrar la parentela de nuestro anciano genealogista. Imagino que algo parecido le ocurrirá a la famosa cantante del Canadá; teniendo en cuenta que el ancestro común nació en el año 1190, suponemos que la tradición de su linaje no guardará el recuerdo de sentirse pariente de los, probablemente, millones de descendientes vivos de su abuelo 27º.

Los tres esquemas, expuestos de manera esquelética, no parecen tener mucha justificación fuera de la que ya hemos expuesto. Que ejecute esta práctica un genealogista en la gloriosa edad de jugar con los nietos, miembro de muchas conocidas entidades genealógicas -aunque muchas entidades aparenten aún una predilección por permanecer herméticas, vetustas y alérgicas a cualquier cambio acorde a la actualidad y necesidades de una genealogía moderna y cercana a las personas- puede resultar hasta coherente con esa rancia genealogía de sociedad que tantas veces se practicó durante el s. XX, en algunos casos como una forma de manifestar la pertenencia a determinada clase social otorgada por el linaje y el ilustre nacimiento; y en otros casos, como una manera de pretender acceder a esa misma clase social sin pertenecer a ella por nacimiento.

Menos comprensible resulta el caso del genealogista en la veintena, quien a veces da la impresión de sentirse más atraído por los viejos conceptos aún atesorados por vetustas entidades, en las que la genealogía y la heráldica parecen practicarse como un recurso para el enaltecimiento de la propia persona y no como un medio para el incremento del conocimiento histórico.

¿Quién sabe? Tal vez sea cuestión de esperar a que el tiempo -que dicen que suele poner las cosas en su sitio- anime al joven genealogista a abandonar las vanidades y a abrazar la historia; no espero que el genealogista anciano sea ya capaz de abandonar sus personales deificaciones. Entretanto siempre podremos escuchar la singular voz de Céline Dion a quien especialmente recuerdo, no por haber cantado en la inauguración de los Juegos Olímpicos de París, sino por haberlo hecho para celebrar los 400 años de la fundación de Québec, en 2008, junto al grupo Mes Aïeux, recordándonos que, a pesar de las tradiciones y de la conciencia de pertenencia a un linaje, generación tras generación la música y el baile siempre han acompañado a la humanidad, acaso redimiendo sus errores y provocando la continuidad de la especie humana.

Heureusement que dans' vie certaines choses refusent de changer
Enfile tes plus beaux habits, car nous allons ce soir danser.[5]

 
 
 

[1] AGUIRRE ROJAS, Carlos Antonio. “Antimanual del mal historiador”. México, 2005.

[2] MENÉNDEZ PIDAL DE NAVASQÜÉS, Faustino. “El linaje y sus signos de identidad”, en LADERO QUESADA, Miguel Ángel (coordinador), “Estudios de Genealogía, Heráldica y Nobiliaria”, Madrid: Universidad Complutense, 2006.

[3] SYKES, Bryan Clifford. “Las siete hijas de Eva”. Barcelona, 2002.

[4] Forma en que los genealogistas suelen denominar tanto a los padres de los tatarabuelos como a los hijos del tataranieto.

[5] Últimos versos de la canción “Dégénération” del grupo canadiense Mes Aïeux, forma parte de su álbum “En famille”, aparecido en 2006.

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