Parentescos de sifón
Durante el año pasado escribí unas líneas acerca de la absurda costumbre que tienen algunos genealogistas de mostrar lejanísimos parentescos —hábilmente seleccionados— con prominentes personajes que, escudándose en lo genealógico, sólo esconden una manera de magnificar al que esgrime estos lejanísimos parentescos.
En estos últimos días pude ver nuevamente esta práctica de una genealogía esquelética, inútil para incrementar el conocimiento histórico, absurda desde el punto de vista genealógico, y ridícula, puesto que el único sentido que posee es el vanagloriarnos a nosotros mismos esgrimiendo un parentesco lejanísimo con algún personaje destacado, como si ese mismo grado de parentesco no lo tuvieran también, aún con el mismo personaje, millones de otras personas, acaso como una manera de disimular la carencia de parientes con actuación relevante en el seno del propio linaje.
Accediendo a la web del congreso genealógico RootsTech 2025[1] (organizado por FamilySearch) llamó mi atención un botón en la web que ponía “Parientes famosos”: una curiosa aplicación que nos indica el lejanísimo parentesco que tenemos con algunos reyes, literatos, políticos, artistas, u otras personas destacadas en su ámbito de actuación. Resulta divertido ver que se nos asigna un parentesco con personas a las que uno jamás ha considerado parientes —y ellos no lo tienen a uno por pariente tampoco—, sólo porque se comparte con ellas un ancestro común que vivió hace 5 siglos.
De entre los literatos que FamilySearch dice que son mis “parientes” contamos con Julio Cortázar (1914—1984), al que se le atribuye ser primo en 10º grado de mi abuela paterna; Pablo Neruda (1904—1973), al parecer primo 13º de mi madre; y Gabriela Mistral (1889—1957) quien, siempre según FamilySearch, era prima en 9º grado de mi tatarabuelo materno. Hemos de aclarar que, en todos los casos, hemos de ir a buscar al ancestro común a fines del siglo XV o principios del siglo XVI, lo que muestra lo forzado del entronque, especialmente cuando existe una teoría genealógica que afirma que, para la generación 25ª, todos los individuos que habitamos el planeta estamos emparentados de una u otra manera.
Recordé entonces que, en sus memorias, mi abuelo narra el encuentro que tuvo con Gabriela Mistral en México. Debió ser hacia el año 1948, en un ingenio azucarero en las cercanías de la ciudad de Jalapa en el que la premio Nóbel chilena se encontraba descansando por unos días.
Gabriela Mistral había mantenido correspondencia epistolar conmigo, pero no nos conocíamos personalmente. Nos esperaba en el primer piso y contemplaba nuestro ascenso por una hermosa escalera apoyada de codos en la balaustrada. De repente oímos su voz sonora y firme preguntando con cierto tono de curiosidad y sorpresa: “¿Cuál de Uds. es Sánchez Viamonte?” Levanté la cabeza para mirarla y respondí: “Soy yo, Gabriela.” A lo que contestó a su vez, con gesto decepcionado: “Qué lástima, Sánchez Viamonte, Ud. parece un gringo.”
Es evidente que había esperado ver a un mestizo típico y la sorprendían no sólo mi aspecto físico, estatura, colorido de la piel, calvicie ya pronunciada y canicie total sino mi indumentaria, y, especialmente, una campera de gamusa que completaba mi aire extranjero de “gringo”, es decir, de norteamericano.
Conversamos largo rato con la gran escritora chilena quien, acompañada por una joven secretaria norteamericana que hablaba español, nos atendió cordial y hasta efusivamente, refiriéndonos algún detalle de su vida de entonces.
[…] Cuando nos retirábamos bajando la escalera, ella nos miraba desde la balaustrada y las últimas palabras suyas que oí fueron éstas: “No me conformo, Sánchez Viamonte, Ud. parece un gringo[2].”
Mientras curioseaba los sorprendentes y desconocidos vínculos genealógicos que supuestamente vinculaban a Gabriela Mistral con mi abuelo, pensé en qué hubieran pensado de ello la mestiza y el gringo.
Me sorprendió ver que también me asignaban parentesco con uno de los principales poetas en lengua portuguesa, Vinicius de Moraes, quien es además recordado por ser autor de algunas de las mejores canciones de todos los tiempos. El poeta —aunque también escribió y publicó en prosa— compuso en 1956 —junto a Antonio Carlos Jobim— aquella gloriosa canción, Chega de Saudade, que no se grabó hasta el 58 y que muchos consideran la canción que inició ese género musical que resume la música popular brasileña: la bossa nova.
La poesía privilegiada de Vinicius de Moraes unida a una voz muy peculiar —convenientemente reforzada por el whisky que bebía en el mismo escenario, mientras cantaba—, dejó inolvidables canciones como Garota de Ipanema, Apelo, A tonga da mironga do kabuletê y Tarde em Itapuâ. Según FamilySearch era primo en décimo grado de mi bisabuela paterna; nuevamente una línea de ascendencia que se remonta en el tiempo casi quinientos años y cuya verosimilitud, como en los ejemplos anteriores, no me consta.
Menos interesantes me resultan esos parentescos de sifón que me atribuyen por mi linaje Thwaites, de origen inglés. Todos parecen remontarse a dos personajes: Edward Fyennes Clinton, Ier conde de Lincoln (1512—1584) y Sir Robert Dymoke (1461—1544), mediante los que pretenden vincularme —siempre en un entronque estilo sifonazo de sube y baja— con personajes tan diversos como Hellen Keller, George Washington, los hermanos Wright, Sir Winston Churchill, Lady Di o la recientemente fallecida reina Isabel II; imagino que, en igualdad de condiciones, también con casi todas las personas que lean esta crónica. Parentescos lejanísimos y absurdos para epatar a los idiotas.
Curiosamente los parentescos de sifón de FamilySearch, en un ejercicio de exaltación del ego a la voz de “¡Mira con quién estás emparentado!”, olvida relaciones mucho más cercanas con personas que podrían integrarse entre quienes la web de la entidad genealógica mormona califica de famosos. De tal manera establecen un sifonazo hasta cinco siglos atrás para mostrarme como pariente de Pablo Neruda (supuesto primo 13º de mi madre), pero no incluyen entre mis parientes famosos a Jorge Luis Borges —primo 3º de mi madre—, cuya casa frecuentaba mi abuela, prima segunda y muy amiga de Leonor Acevedo. Tampoco mencionan al perito Francisco P. Moreno, cuyo nombre denomina al más famoso de los glaciares, primo hermano de mi bisabuela y a quien mis abuelos trataban habitualmente. Ni a Luis María Drago, primo hermano y gran amigo de mi bisabuelo, autor de la doctrina que lleva su nombre, que establece la imposibilidad de utilizar la fuerza contra un estado americano para cobrar una deuda económica; ni a tantos otros que son ancestros directos y cercanos.
Estos entronques genealógicos de sifón han sido y son una mala práctica genealógica, desgraciadamente demasiado extendida, en un ejercicio de apropiación —por parte de un linaje— de aquello que no le corresponde. Son llamados así porque
viene a realizarse algo análogo a lo que se hace con los líquidos que, mediante sifón se trasvasan de un recipiente a otro colocado en un nivel más bajo, haciéndolo subir hasta el vértice del ángulo del sifón, para que, después, baje por su propio peso hasta el receptáculo al que se quiere trasvasar.
De ahí que se denomine a este sistema, «entronque nobiliario por sifón», porque realmente el parentesco actúa como un verdadero sifón...[3]
En el caso que nos ocupa resulta una manera un tanto peculiar de apropiarnos de la actuación que hayan tenido los miembros de otros linajes emparentándolos con el nuestro, sabedores de que la gente suele pretender apropiarse precisamente de aquello que no posee. Este método del sifonazo también ha sido profusamente utilizado en la rehabilitación de títulos nobiliarios, como una manera de acercar al propio linaje mercedes que éste nunca ha ostentado. Valga como ejemplo un marquesado cuya denominación refiere a una de las cecas de Sudamérica, cuyos legítimos sucesores dejaron vacante con posterioridad a las independencias americanas, y que fue rehabilitado a principios del siglo XX por un pretendiente que “estaba a diez y seis grados del Concesionario y a diez y siete grados del segundo poseedor legal de la merced! subió seis generaciones sobre el I Conde [sic] para entroncar con un abuelo en común[4].”
Volviendo a pensar en los parientes famosos que me atribuye FamilySearch, recordé que si bien no conocí personalmente a ninguno de ellos —a diferencia de mi abuelo— sí que vi actuar a Chespirito en Buenos Aires, allá por el año 1980. Mi supuesto pariente Roberto Gómez Bolaños —cuyo ancestro en común también hay que buscarlo hace cinco siglos—, concurrió a mi ciudad natal con toda la vecindad del Chavo del Ocho y del Chapulín Colorado ¡Síganme los buenos!
Recordando al Chavo, a Don Ramón, la Chilindrina o al Profesor Jirafales, no pude sino pensar en que ese parentesco de sifón que relativamente me une a Chespirito, también será compartido —de una u otra sifónica manera— por todos aquellos millones de niños que crecimos en América, viendo por televisión la vecindad del Chavo que “…no valdrá medio centavo, pero es linda de verdad”.
No pude sino sonreír y exclamar, como diría el Chapulín Colorado: ¡Chanfle! ¡No contaban con mi astucia!
[1] https://www.familysearch.org/es/connect/famous [11 de marzo de 2025]
[2] SÁNCHEZ VIAMONTE, Carlos. “Crónicas de ayer y de hoy”. Puebla: Ed. Cajica, 1971.
[3] TABOADA ROCA, Manuel. “El entronque nobiliario por sifón y su pernicioso correctivo”. Revista Hidalgía nº 249. Madrid, 1995.
[4] ACADEMIA DE CIENCIAS GENEALÓGICAS Y HERÁLDICAS DE BOLIVIA. https://www.acghb.com.bo/index.php/titulos-de-castilla-en-bolivia [11 de marzo de 2025]