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Amortajado en hábito de pardillo

Hoy amaneció lloviendo en El Escorial. El otoño ya va indicando que vino para quedarse y nos muestra su cara más gris.

El día sombrío me hizo recordar el contraste con la primavera pasada, en que hice la última visita al Monasterio y mi amigo Roberto Asategui me fotografió, junto a mis hijas, al pie de la sepultura del díscolo príncipe don Carlos. Aquel que, siendo heredero al trono, fue condenado a muerte por su propio padre, Felipe II.

Pero la fotografía no fue fruto de la casualidad.

Quienes saben de probabilidades, de estadísticas y de porcentajes, dicen que el 99% de los europeos actuales o personas descendientes de europeos tenemos como ancestro común a Carlomagno. De esta manera, parecería —por lo que muchas veces se ve en los foros de esta temática en internet— que una gran mayoría de las personas que han descubierto hace poco la ciencia genealógica y se adentran en esta apasionante disciplina, buscan con ansia hallar primero el ancestro hidalgo para encontrar después, si pueden, el entronque con el antepasado regio. Así, cuando alguien menciona en las redes un entronque regio, aquél que aún se afana en encontrar un simple hidalgo entre sus ancestros labradores siempre menciona al buen Carlomagno como abuelo común de todos. Nunca falla.

Como siempre ocurre en todas partes, hay familias que encontrarán la manera de establecer ese ansiado y único entronque con el genearca europeo Carlomagno y otras que no encontrarán jamás esa línea real que lo enlace con él. Por contra, las familias más tradicionales de la sociedad no suelen necesitar descubrir el entronque regio, puesto que suelen ser bien conocidos y contarlos por decenas.

El Inca Manco CápacEn el Río de la Plata probablemente todas las familias patricias tienen ancestros regios europeos bien probados, y en algunos casos también proceden de los fundadores del imperio Inca, Manco Cápac y Mama Ocllo, que la simpática tradición dice que fueron hijos del dios Sol y de la diosa Luna y que surgieron de las espumas del lago Titicaca, cuya descendencia llega al Río de la Plata por varias ramas, siendo posiblemente la más prolífica la que procede del Inca Uchu Huallpa, bautizado Gonzalo, a quien el Emperador don Carlos concedió blasón, cuya bonita imagen miniada se conserva en los archivos.

Pero para quienes contamos con numerosos abuelos que ciñeron corona, las líneas regias más atractivas son aquellas que —por no poder probarse— se ven envueltas con un halo de misterio y de incertidumbre que nos subyuga. En el Río de la Plata contamos con varias de ellas.

En 1778 llegó a Buenos Aires don Francisco de Paula Sanz, de quien siempre se dijo que fue hijo de Carlos III, habido durante su reinado en Nápoles. Nunca más dejó este virreinato. Fue fusilado en el Potosí, por orden de Castelli, el 15 de diciembre de 1810, después de la victoria de Suipacha.

Podemos encontrar enconadas opiniones sobre este personaje. Unos alaban sus virtudes como funcionario, diciendo incluso “que fue una de las más sobresalientes figuras del período hispánico”. Otras mencionan “Inútil es decir que la juventud criolla, sobre todo la juventud literaria, lo odiaba de la manera más acentuada por fantasmón y por ladrón. Fuera de los atavíos teatrales... Sanz no tenía mérito de ninguna clase.”

El 5 de julio de 1807, en la Defensa de Buenos Aires, uno de los oficiales ingleses atacantes, Miguel Hines, resultó herido gravemente en un muslo y hecho prisionero. Durante su recuperación, en casa de los Terrada, vino Cupido a hacer de las suyas y ya nunca abandonó el Río de la Plata. Se decía de él, tanto en América como en Europa, que era hijo de Jorge IV, rey de la Gran Bretaña, y de su primera esposa, María Fitz-Herbert, cuya unión fue declarada nula porque violaba el Acta de Matrimonios Reales de 1772.

Fue en su casa, en la Nochebuena de 1828, en que por vez primera brilló en Buenos Aires un árbol de Navidad. Como regalo navideño a la ciudad porteña “Un abedul con decenas de candelas encendidas ardían entre sus ramas y millares de estrellas plateadas parecían desprendidas del cielo. Juguetes en profusión: muñecas, cornetines, soldaditos, cañones, tambores, pendían de sus ramas reflejando rutilantes los mil colores del arco iris. Debajo, montones de caramelos, chocolatines, mazapanes y turrones. Sentado a su vera, oculto el rostro de luengas barbas y envuelto en larga capa, el propio míster Hines. Era el árbol de Navidad que había de tomar carta de ciudadanía en Buenos Aires.”

Durante muchos años, hasta que las pruebas de ADN echaron por tierra esta leyenda, se dijo en Buenos Aires que Pierre Benoit, arribado a estas costas en 1818, a bordo de la fragata francesa “La Chiffone” era el desdichado Luis XVII, hijo de los guillotinados reyes de Francia.

Varias circunstancias, siempre envueltas en su halo misterioso, se daban para avalar una imaginaria personalidad regia que el interesado nunca tampoco se preocupó de contradecir. Así, nuestro personaje “fabricaba desde una lámpara hasta una regla graduada, sin olvidar cerraduras, relojes y compases”; y entre las pinturas que ejecutó, sólo hizo su propio retrato, y los de sus supuestos familiares: la reina María Antonieta, su hija la princesa María Teresa Carlota, y el de la princesa Isabel, hermana de Luis XVI.

Lo misterioso lo acompañó aún en la muerte y después de ella. Postrado en cama desde 1838, el 22 de agosto de 1852 lo visitó un médico francés que afirmaba ser un amigo de la infancia. Luego de conversar largamente le recetó unos sellos que el enfermo encargó al farmacéutico, tomó y quedó dormido. Nunca más despertó.

El médico francés, a quien se buscó en vano, había desaparecido de Buenos Aires. Tiempo después llegaron las noticias de que había sido guillotinado en Francia.

Los restos del supuesto Luis XVII fueron enterrados en la Recoleta, donde permanecieron hasta 1941, aunque “luego, nos dice su bisnieto Federico Zapiola, también desaparecieron.”

Pero la más antigua historia y la que nos resulta más atractiva, es la que menciona a Bernardo Sánchez “El hermano Pecador” como el desdichado príncipe de Asturias don Carlos, a quien retratara Sánchez Coello y sobre cuya desdicha escribiera Verdi una ópera.

Vale la pena, antes de entrar a hablar sobre Bernardo Sánchez, hacer una breve relación sobre el príncipe don Carlos, su prisión y su supuesta muerte en extrañas circunstancias.

Huérfano de madre desde su nacimiento, a consecuencia de las fiebres puerperales, el príncipe —de quien se dijo que “...los vicios o deficiencias que se le asignan no asombran a nadie y que nacen primordialmente de su educación...”— y el rey mantienen entre si una manifiesta aversión.

Las referencias que sobre él hemos hallado describen un carácter pérfido, indicando “...que es cruel, odia a los criados que le sirven y que tiene abusivos caprichos... no escucha ni respeta a nadie... Sus actividades van revestidas de orgullo, no es amable con nadie y siente aversión hacia todas las cosas que le gustan a su progenitor.”

El príncipe don Carlos, por Sánchez CoelloEn enero de 1568, el rey Felipe II acompañado de doce guardias y varios gentileshombres, detienen al príncipe don Carlos mientras dormía en su lecho. Inmediatamente es confinado y, por expresa orden real, son tabicadas sus ventanas. El Rey justifica esta detención por la “licencia y desorden y el punto a que esto ha llegado... desacato, desobediencia y ofensa mía... prevenir por lo que toca al servicio de mis reynos y estados y por la obligación que yo a esto tengo.”

En julio de 1568, oficialmente, el príncipe don Carlos muere en extrañas circunstancias en su confinamiento en un torreón del Alcázar, al que había sido trasladado el 25 de enero. Incluso en la agonía se mantuvo la severidad de su prisión, manteniendo al Príncipe incomunicado, negando el permiso para visitarlo a sus más allegados e, incluso, a la Reina.

A poco de su apresamiento —siempre según una copia extraída de los documentos originales en 1681, el cual fue transcripto por Gerardo Moreno Espinosa en su trabajo sobre don Carlos—  se le abrió un proceso criminal, en el que se refiere que “... siempre se condujo conforme en un todo a la cristiana crianza... hasta el dia en que dicho señor Rei contrajo terceras nupttias con la señora Reina Doña Isabel de la qual se prendo locamente el Prinzipe sin contenelle los lazos de parentesco para conzebir un amor impuro i reprobado por las leies humanas i divinas llegando a tal estremo su locura que declaro su passion loca a la Reina...”

Por otra parte se le acusa también de “...que el Prinzipe tratava de marcharse de la corte a ponerse a la caveza de los traidores contra su señor i padre el qual quisso impedirlo i dio traza de prenderlo...”

Como el Príncipe se empeñara en no confesar ser culpable de los cargos de traición que se le imputaban, con la correspondiente autorización de su padre el Rey, se procedió a darle tormento. Narra la crónica que “...llamo Vargas al verdugo el cual vino con su criado i le mando aparejarse para dar tormento al Prinzipe el qual al oir esto se quedo palido como un muerto perdida la color i sin atreverse a hablar una palabra sin duda de espanto porque nunca creeria que a persona de su calidad havian de tratarla como a un qualquiera criminal El verdugo en cumplimiento de la orden se llego al Prinzipe y poniendole los cordeles en las manos entre el i su criado le dieron quatro vueltas cossa terrible y que hizo dar un profundo alharido al reo que se quedo como amortezido echaronle agua al rostro i recobro el conoszimiento i entonzes el verdugo como no le havian mandado parar hizo finca de quererle dar otra vuelta de cordeles visto lo qual por el Prinzipe con desmaiado voz i dolorido azento dijo que soltasen los cordeles que el diria la verdad en todo lo que le fuere preguntado... y todo lo confesso el Prinzipe contestado que si a todas las preguntas que se le hizieron...”

Finalmente se dictó sentencia “salva la aprobazion de Su Magestad”, siendo el príncipe don Carlos condenado “...por delicto de rebelion contra su Rei i Padre... sea el tal Prinzipe Dn Carlos de Austria degollado, todos sus bienes sean confiscados a benefizio del Real fisco i que asi como todos sus hijos si los hubiere sean privados de la succesion a la corona destos reinos...”

La joven reina —que habiendo sido prometida su mano al príncipe don Carlos acabaría, una vez viudo de María Tudor, casándose con su padre el Rey— según varias misivas enviadas a Catalina de Médicis “no cesaba de llorar”, y no falta quien diga que estos hechos habrían influido negativamente en su embarazo.

Sorpresivamente, la reina dio a luz a una niña a los cinco meses de gestación. La infanta no sobrevivió al parto y la reina tampoco.

Oficialmente, el Príncipe no llegó nunca a ser ajusticiado. Según las crónicas oficiales murió en el mes de julio de 1568, sin dar como motivo de su muerte argumentos demasiado firmes, indicando como causas que andaba “de continuo desnudo... y descalzo en la pieza del aposento... bebiendo grandes golpes de agua muy fría... comiendo con desorden y exceso fructas...”; todas cosas que no parecen muy arriesgadas cuando el mes de julio en Madrid es, posiblemente, el más caluroso de todos, y no es poco frecuente que el termómetro se acerque a los 40 grados.

Pertinaz viajero transatlántico, en una época en la que no era frecuente el realizar tan largos desplazamientos, “El hermano pecador” Bernardo Sánchez vestía siempre hábito talar y “Su letra ágil y su redacción correcta revelaban un genio muy vivaz y una cultura desusada en el común de la gente. Todos sus actos encubríalos con el manto de la reserva. El presunto anacoreta, así por su túnica como por su fisonomía severa, parecía un penitente arrepentido, o más bien un seglar ligado por algún voto a la vida apartada y sigilosa.”

Llama realmente la atención la cantidad de viajes, incluyendo tres de ellos a España, que realizó en sólo 10 años. En 1598 era Tte. Gral de corregidor en Ambato, en las proximidades del Chimborazo, para encontrarlo, sólo dos años después, embarcando en Sevilla con destino a Nueva España. Sabemos que en 1601 estaba en Chile, y que en 1603 se encontraba nuevamente en la Península, zarpando desde Lisboa hacia Buenos Aires en 1604, en una armada que llevaba un contingente importante de soldados con destino al Reino de Chile, y que arribó a la ciudad porteña en marzo de 1605.

Firma de Bernardo SánchezEn su estadía en Buenos Aires, fray Bernardino de Lárraga, vicario del Convento de Sto. Domingo, lo apoderó para “que por mi y en mi nombre y representando mi propia persona pueda parecer y parezca ante su Santidad… y su Majestad… dar relación del estado de mi persona, vida y costumbres y el tiempo que me he ocupado en estas partes en la conversión de los naturales… y en razón dello… pedirá a su Santidad me haga merced según… en un memorial firmado de mi nombre que le doy y entrego”; antes de pasar a Chile dejó también poderes para que se efectuaran cobranzas en su nombre, lógicamente de los negocios que había iniciado allí, “haciendo actos de caridad pero manteniéndose al corriente de cuanto pasaba.”

Ya en Chile, el Cabildo de Santiago le encomendó la gestión de varias mercedes y le entregó sendos memoriales dirigidos al rey Felipe III, calificando a nuestro personaje de “persona muy virtuosa y adicta a la Corona.” Según la creencia corriente, habría llegado a Chile como un enviado del rey con la misión de vigilar la expedición de socorro al país andino.

En 1606 lo vemos nuevamente en Buenos Aires, efectuando importantes adquisiciones y otorgando préstamos pecuniarios.

No tenía, en cambio, la simpatía del gobernador Hernandarias, que comunicó al rey en abril de 1606 que “entro por este puerto un ermitaño que le llaman el hermano pecador” diciendo que en Chile “con sus buenos medios y traças saco gran cantidad de plata y oro de personas que le dieron para sus pretensiones asegurando a estas gentes y a otras muchas de la provincia de tucumán grandes favores y que les traydria grandes ofiçios y cargos.”

Antes de un año hizo nuestro personaje un nuevo viaje a España, del que estuvo de vuelta en Buenos Aires en abril de 1607, mereciendo nuevamente una comunicación de Hernandarias al rey comentando su arribada a este puerto. Hernandarias menciona que en la carabela de Bernardo Sánchez se halló un contrabando de negros, y que se hallaba enfrentado al Hermano Pecador “porque no doy pareçeres o certificaciones açerca de sus pretensiones por pareçerme no conuiene”, refiriéndose a que unos días antes “...Bernardo Sánchez le entregó una real cédula, fechada en Ventosilla el 28 de octubre de 1606, en la que se le pedía al gobernador su opinión acerca de la conveniencia de adscribir el Río de la Plata y el Tucumán a la Audiencia de Santiago de Chile, recientemente creada. Vinculado estrechamente al país trasandino, quedaba en evidencia que el influyente viajero no era extraño al intento, y también que el perspicaz criollo lo había comprendido muy bien al rechazar de plano esas pretensiones en una entrevista borrascosa...”, ante lo que Bernardo Sánchez comunicó también al rey la conveniencia de sustituir al gobernador criollo por alguien “castellano” y sugiriendo para tal cargo al maestre de campo Alonso González de Nájera, con quien traía amistad desde que se conocieran en Chile.

Hernandarias dictó una orden de expulsión sobre el Hermano Pecador en agosto de 1607.

Sepulcro del príncipe don CarlosEn agosto de 1609 había embarcado en el Perú dirigiéndose nuevamente hacia Chile, cuando le sobrevino la muerte a bordo. Su cadáver no fue sepultado en el mar, como es la costumbre en las muertes en alta mar, sino que en este caso el capitán de la nave ordenó volver a Lima llevando el cadáver de Bernardo Sánchez, siendo enterrado en el cementerio de esa ciudad peruana.

Un escribano de Lima dejó la certificación de su fallecimiento, en éstos términos:

“Vide al parecer un hombre al parecer muerto, amortajado en hábito de pardillo y su capucha, que me dijeron venía registrado de España, de nombre Bernardo Gran Pecador, que se puso malo en el galeón que baja al reino de Chile, su edad de sesenta y cuatro años, de que doy fe.”

La vida misteriosa de Bernardo Sánchez, siempre rodeado de sigilo, suscitó numerosas teorías sobre sus actividades. Unos decían que tendría el encargo del rey para vigilar las tropas enviadas a Chile, otros suponían que era un espía de la Corona con el encargo de vigilar las actividades de los jesuitas, y otros agregaban a ambas teorías el hecho supuesto de ser el desdichado príncipe don Carlos, que oficialmente habría muerto en el alcázar de Madrid pero que realmente habría sido enviado a América por su padre el rey, salvando así su vida y siendo consultado periódicamente por él en lo concerniente a los asuntos de la América del Sur. A mayor abundancia, suponían que el Hermano Pecador vestía su hábito talar como penitencia por los errores y desmanes cometidos en su juventud.

La reina Isabel de Valois no fue madre de rey, y por ese motivo no está enterrada en el Panteón de Reyes sino en el de Infantes. Quienes posean un espíritu dado a los finales felices y al romanticismo podrán afirmar que finalmente Isabel y Carlos descansan por fin cerca el uno del otro, aunque sea después de muertos.

Pero quienes conozcan la interesante historia del Hermano Pecador mantendrán siempre un halo de dudas sobre el lugar en el que está enterrado realmente el príncipe don Carlos. ¿En El Escorial o en Lima?

Mientras escribo estas líneas levanto mi vista en dirección al Monasterio, pero el cielo nublado y gris no me permite verlo hoy.

Dicen que todas las leyendas tienen algo de verdad y hoy llueve en El Escorial.

 

 

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