Con las armas en la mano
Ya ha pasado la Navidad y se acerca el fin de año. Una noche en la que todos celebramos el dejar atrás las penurias viejas del pasado ejercicio y festejamos alegremente el enfrentarnos a las nuevas penurias que nos tiene preparadas el año próximo. Son días de celebración, de alegría, y también de reunión familiar. La familia, y el recuerdo de los que ya no están, siempre está presente en estos días.
Mientras el fuego chisporroteaba en la chimenea y fumaba una de mis pipas, el recuerdo viajó esta vez hasta aquellos ancestros que cruzaron el océano hacia la conquista y población del Río de la Plata. No pude sino recordar que la vida de aquellas primeras generaciones en aquellas tierras no fue fácil, estuvo llena de penurias y de abnegación para cumplir la empresa que se esperaba de ellos y legarla a las futuras generaciones.
El 5 de octubre de 1716, el rey extendió la real cédula que otorgaba a la ciudad de Buenos Aires el título de “Muy Noble y Muy Leal”. No lo hizo para premiar ningún hecho en particular, sino en retribución a los múltiples sacrificios y privaciones que habían padecido los habitantes de la ciudad, defendiendo la tierra de los corsarios, de los malones y ataques de los indios y contra los portugueses en el bloqueo y toma de la Colonia del Sacramento, “…sin pasar a otras provincias más pingües y próvidas de plata y oro.” Aún los criollos habrían de sacrificarse muchas veces más por su patria.
Recordé que fue Juan Díaz de Solís quien en 1516 exploró por primera vez el Río de la Plata. A su expedición pertenecía la primera persona de allende los mares que recibió sepultura en nuestras tierras; el marinero Martín García fue enterrado en la isla que hoy lleva su nombre. No fue el único que entregó el alma en esa expedición; el propio Solís y un grupo de conquistadores desembarcaron en las costas de la Banda Oriental y fueron muertos a golpes y a flechazos por los indios. Desde las naves, los demás expedicionarios pudieron ver cómo sus cadáveres fueron preparados para ser comidos por los indios antropófagos. El grumete Francisco del Puerto salvó el pellejo y vivió entre los indios hasta que fue rescatado tiempo después por Sebastián Caboto.
Pero el primer asentamiento real, de cuyos miembros somos descendientes muchos criollos actuales, fue la primera fundación de Buenos Aires de 1536, con la armada de don Pedro de Mendoza.
Junto a Mendoza venían 1800 almas, incluyendo a varios mayorazgos y a Rodrigo de Cepeda, hermano de Santa Teresa de Ávila. Fundaron la ciudad, exploraron la región, y fueron mermados debido al continuo ataque de los indios y también al hambre que hubieron de soportar ya que la región sólo ofrecía algunas “perdices, avestruces, armadillos y otros animales de los campos... El hambre llegó a extremos inconcebibles. Se comían las suelas de los zapatos remojadas en agua; los animales muertos fueron devorados; unos conquistadores cortaron los muslos de dos ahorcados y se los comieron; otro conquistador, llamado Diego González Baytos, se comió al hermano.”
El 15 de enero de 1537, Juan de Salazar de Espinosa partió con sesenta hombres hacia el norte y el 15 de agosto de ese año fundó la Asunción. Para entonces Mendoza, ya muy enfermo, había partido de vuelta a España el 22 de abril y murió durante la travesía el 23 de junio de ese año.
En 1538 llegó a Buenos Aires Alonso Cabrera, portando una real cédula del Emperador, cuyo contenido rezaba que "si al tiempo que allá llegareis fuese muerta la persona que dejó por su Teniente Don Pedro de Mendoza ... y éste al tiempo de su fallecimiento o antes no hubiese nombrado Gobernador, y los conquistadores y pobladores no lo hubiesen elegido: vos mandamos que en tal caso hagáis juntar los dichos pobladores... para que... elijan en nuestro nombre por Gobernador y Capitán General... a la persona que según Dios y sus creencias parezca más suficiente para el dicho cargo; y la persona que así eligiesen todos en conformidad o la mayor parte de ellos, use y tenga el dicho cargo... Lo cual vos mandamos así se haga con toda paz y sin bullicio ni escándalo.”
Mendoza había dejado como teniente de gobernador a Juan de Ayolas; y éste –que para entonces ya había sido muerto por los indios- lo hizo en Domingo de Irala. De esta manera, Irala, acabó por ejercer el gobierno del Río de la Plata y trasladándose a la Asunción ordenó la despoblación de Buenos Aires en 1541. Para entonces, de las 1800 almas llegadas en la armada de Mendoza, “en toda la conquista no había más que trescientos cincuenta hombres…”
Se habla de la Asunción de aquella época como el “Paraíso de Mahoma” por la abundancia de mujeres indias que cohabitaron allí con sus pobladores. Las mujeres fueron allí elemento de pacificación. Entregadas primero las indias a Irala por sus padres caciques, como luego las hijas de Irala a otros conquistadores como en el caso de Alonso Riquelme de Guzmán –quien junto a su pariente Alvar Núñez Cabeza de Vaca viera por primera vez las cataratas del Iguazú- que se vio en la disyuntiva de tener que elegir entre la muerte o el matrimonio con Dª Úrsula de Irala, de cuya unión descendemos muchos rioplatenses.
Irala murió en la Asunción sin haber vuelto a ver su mayorazgo guipuzcoano.
El asunto no cayó en saco roto y la Corona, preocupada por los hogares hidalgos de sus dominios americanos, nombró adelantado a don Juan de Sanabria capitulando con él, entre varias cosas, que habría de llevar ochenta doncellas hidalgas para formar hogares con los conquistadores.
Las vicisitudes de la armada de Sanabria fueron muchas ̶ tantas que han dado lugar a varias novelas históricas y una serie de televisión bastante poco fiel a la realidad histórica ̶ comenzando por la muerte del propio adelantado y la asunción del mando de la expedición por su mujer, Dª Mencía de Calderón “la Adelantada”.
Tras naufragar en las costas del Brasil, atravesaron la selva del Guairá hasta llegar a la Asunción junto a sus hijas, a los hombres enrolados en la expedición y las doncellas nobles casaderas que la Corona enviaba a crear hogares hidalgos y cristianos. Llegadas a la Asunción, luego de una travesía que duró varios años desde que partieran de Sanlúcar de Barrameda, fundaron sus hogares con los hidalgos conquistadores habitantes de la Asunción del Paraguay. De esta forma María de Sanabria, hija del adelantado, casó con el conquistador Martín Suárez de Toledo ̶ llegado a la Asunción en compañía de Alvar Núñez Cabeza de Vaca ̶ siendo también ancestros de muchos criollos actuales, incluyéndome entre ellos. En su viaje a través del Guairá arrearon siete vacas y un toro adquiridos en las costas del Brasil a los hermanos Goes, siendo los vacunos fundadores de la ganadería en el Río de la Plata y cuya importancia será clave en la formación de la sociedad de Buenos Aires, porque de ellos procede la “acción de vaquear” que pertenecía a los descendientes de conquistadores y primeros pobladores.
Fue Martín Suárez de Toledo quien encargó a Juan de Garay la misión de fundar “un puerto e pueblo en San Salvador o río de San Juan o San Gabriel”, partiendo de la Asunción y fundando en 1573 la ciudad de Santa Fe.
Con posterioridad, como teniente de gobernador de Juan de Torres de Vera y Aragón, recibió el encargo de refundar Buenos Aires. Nuevamente partió de la Asunción junto a sesenta y seis pobladores que acudieron “a su costa e minsión” para enfrentar la jornada. Varios de ellos eran descendientes de quienes la habían fundado por primera vez junto a Mendoza.
El 11 de junio de 1580 Garay fundó la ciudad de la Trinidad y puerto de Santa María de Buenos Aires y pocos días después efectuó el repartimiento entre los pobladores y se eligió –en un sorteo tenido por prodigioso ̶ a San Martín de Tours como patrono de la ciudad.
Pero tampoco fue sencilla la vida en los comienzos de la segunda Buenos Aires.
En 1583 a Garay los indios querandíes “le mataron y a otros doze hombres y prendieron a diez y un fraile franciscano e una mujer e hirieron a otros treinta…”
Nuevamente el hambre hizo su presencia, ya que la actividad agrícola era casi inexistente. A esto había que añadir la amenaza de los corsarios.
Ya en 1582 un patache del corsario Edward Fenton, al mando de un sobrino de Sir Francis Drake, encalló en el Río de la Plata y sus tripulantes fueron apresados por los indios charrúas, logrando Drake y otros dos o tres tripulantes fugarse de los indios y llegar hasta la ciudad porteña. En 1587, después de que el pirata Cavendish pasara frente a Buenos Aires, se planteó la necesidad de construir una fortaleza para la defensa de la población.
Pronto comenzaron las restricciones de la Corona al comercio y los constantes recursos y reclamaciones hechos por la ciudad sobre este aspecto. El comercio con la ciudad fue prohibido por una real cédula de 28 de enero de 1594 y entonces reclamó el obispo al rey alegando que “si el puerto de Buenos Aires se cierra del todo andaremos desnudos o vestidos de pellejos”. La advertencia pareció cumplirse, pues en 1599 fray Sebastián Palla aseguraba al monarca “que no ay quatro hijos de vecinos que traygan çapatos y medias ninguno y qual y qual camisa”. El prior de los agustinos declaraba también “ques tanta la miseria y pobreza de los vecinos desta ciudad así hombres como mujeres que es lástima y parece modo de milagro el poderse sustentar en esta tierra.”
Uno de sus vecinos levantó una información en 1599 en la que afirmaba que “no hubo en ella comunicación ni trato con la costa del Brasil por mar, ni con la ciudad de Córdoba del Tucumán por tierra, ni con otra parte ninguna”, y que había habido “tanta hambre e necesidad… que perecieron muchas personas”. Nuestros ancestros y primeros pobladores, en medio de tanta carestía de las cosas más necesarias, debieron soportar también el acoso de los “indios cimarrones enemigos nuestros que comían carne humana.”
En 1602 llegó cierto alivio al permitirse el comercio durante seis años con el Brasil y Guinea, aunque permaneciendo la prohibición de hacerlo con el Perú. Con la permisión llegaron los primeros esclavos negros, únicas personas que realizaban las labores agrícolas, y la ciudad comenzó a crecer y recuperarse de sus primeras penurias. Así consta que en 1605 el cabildo contrató con un cirujano, con un “maestro de la escuela” y con dos hermanos naturales de Flandes que levantaron el primer molino de la ciudad. La vida en Buenos Aires parecía tomar ciertos visos de normalidad aunque siempre estaba presente el temor a los “enemigos corsarios a ella ansí de mar como indios de guerra con quien de ordinario se vive con rreçelo y cuidado.” Así, en 1609, con motivo de la festividad de San Martín se realizaron las primeras corridas de toros de que se tienen noticia en esta región.
Pero la bonanza no duró para siempre. Nuevamente las prohibiciones de comerciar abocaban a la ciudad hacia la pobreza. En 1626 el Cabildo hacía constar al rey que “muchas personas españolas por falta de capa y de manto no oyen misa ni salen de sus posadas ni sus hijos por no tener una camisa con peligro de otros daños mayores estando cada día con las armas en la mano aguardando al enemigo.”
De esta manera transcurrieron los primeros años de la ciudad, “con las armas en la mano” prestas a defenderla de los peligros que la acechaban y con continuas reclamaciones por haber sido siempre una región un tanto olvidada por la Corona.
De los millones de porteños actuales, un reducido grupo de los que somos descendientes de aquellos conquistadores y primeros pobladores podemos decir con orgullo que nuestros ancestros fundaron e hicieron prosperar la ciudad aún a costa de grandes sacrificios y privaciones “…sin pasar a otras provincias más pingües y próvidas de plata y oro.”
He nacido en Buenos Aires
¡qué me importan los desaires
con que me trate la suerte!
Argentino hasta la muerte
he nacido en Buenos Aires.
Como natural que soy de la Muy Noble y Muy Leal ciudad de la Trinidad y puerto de Santa María de Buenos Aires, descendiente de muchas de las personas que la fundaron dos veces y que la mantuvieron poblada, defendieron e hicieron prosperar aún a despecho de las comodidades que ofrecían otras tierras “más pingües y próvidas”, levantaré mi copa en este fin de año próximo para festejar con alegría los nuevos afanes y penurias que nos depara el año venidero. Al hacerlo seguramente recuerde, una vez más, los famosos versos de Carlos Guido y Spano y nuevamente afronte el año venidero “con las armas en la mano.”