Fray Bentos y el Rincón de Haedo
Parece que el verano ha llegado a mi casa del Escorial. Lo he notado especialmente en dos cosas: en que el termómetro ha rebasado los 30 grados y en que he comprado, y me dispongo a beber bien fresquita, un poco de horchata de chufas.
Era chico cuando en España probé por primera vez una horchata valenciana. Mi padre la había pedido en una cafetería con mucha emoción, recordando cómo la bebía en Buenos Aires siendo niño. Después, no sé por qué, en Buenos Aires dejó de haberla. Lo mismo le ocurrió a mi madre con las chirimoyas; las probé por primera vez en Europa, siendo un muchacho. Hoy es una de mis frutas preferidas.
Mientras me refrescaba con la horchata me fijé en una foto –que cuelga en las paredes de mi casa– del cuadro que Pedro Blanes Viale pintara en 1898 para rememorar las Instrucciones del año XIII y el Congreso reunido en la Capilla Maciel en 1813. Allí aparece retratado mi chozno, el prócer oriental Manuel de Haedo, aunque la realidad es que murió mucho antes de que se efectuara esa pintura.
Recordé entonces la antigua estancia de Nuestra Señora de las Mercedes que el padre de mi chozno –Francisco Martínez de Haedo, nacido en Ampuero (Cantabria) en 1728, y que pasó al Río de la Plata a mediados del s. XVIII provisto de un capital de 40.000 pesos– recibiera de la Corona, en 1764, por haber contribuido –armando un barco de su propiedad y poniéndolo a disposición del rey– en la campaña que el virrey Ceballos emprendió contra los portugueses en la Colonia del Sacramento. La estancia comprendía el “Rincón de las Gallinas”, formado por la unión de los dos ríos más importantes de la Banda Oriental: el Uruguay y el Negro.
Desde entonces el apellido Haedo ha quedado indisolublemente unido a esa región, donde incluso da nombre a su orografía y a su toponimia: Rincón de Hedo, Cuchilla de Haedo, Portón Haedo...
Pensando en la estancia de Ntra. Sra. de las Mercedes vinieron a mi memoria las palabras que Dámaso Antonio Larrañaga escribió en su diario de viaje en 1815: “Cuál fue mi sorpresa cuando llegamos a la estancia que la veía sobre un río y que yo creía el mismo río Negro, me encuentro que es el Uruguay, muy anchuroso y todo poblado de grandes hermosas islas. Jamás he visto un lugar que más me hechizare: creo que en pocas partes haya derramado la naturaleza a manos llenas ni más bellezas ni más encantos. Por lo visto forman estos dos grandes ríos una estrechura que a mi juicio apenas tendrá legua y media y que viene a ser la garganta del famoso «Rincón» que llaman de las «Gallinas» perteneciente a Haedo.”
De los cinco hijos que tuvieron Francisco Martínez de Haedo y Micaela Bayo y Bacaro, desciendo de los dos varones, Manuel y Francisco. Soy chozno de ambos.
Fue en la histórica estancia donde se produjo, el 24 de septiembre de 1825, la Batalla del Rincón en la que Fructuoso Rivera obtuvo la victoria frente a las fuerzas imperiales de Jardim. Allí se forjó también la amistad que unió al general Rivera con Francisco Haedo, y que Isidoro De María describe diciendo: “El general Rivera sufría en su salud terriblemente, tanto que después de la persecución se hallaba tan dolorido e imposibilitado para cabalgar, que tuvo que bajarse del caballo en el campo, para curarse. Allí sin poderse sentar, buscó el descanso por más de una hora, asistido por el respetable hacendado y patriota D. Francisco Haedo, a quien debemos el conocimiento de este incidente.”
Manuel de Haedo, sumado a la causa americana desde los inicios, fue diputado por Mercedes al Congreso celebrado en la Capilla Maciel en 1813. En 1815 revistó como capitán del regimiento de Dragones de la Libertad en el ejército de Artigas, e hizo la campaña contra la invasión portuguesa al año siguiente. “De 1811 a 1830, -menciona Azarola Gil- su nombre se reitera en la serie de episodios militares y políticos de la triple guerra sostenida por su país contra España, Portugal y Brasil.”
Capturado por las fuerzas del general Lecor, fue enviado prisionero a la “Ilha das cobras” junto con Lavalleja, Manuel Artigas y Rivera, donde permaneció confinado seis años y “de donde regresó sucio y envuelto en cueros.”
Al reconocerse la anexión por el Congreso Cisplatino fue liberado. A todos los prisioneros a quienes se les había otorgado la libertad en virtud del Congreso Cisplatino, se los llevó ante el emperador intimándolos a arrodillarse ante el monarca. Cuando le llegó el turno a Manuel de Haedo, negándose a hacerlo dijo esa frase que tantas veces he oído en mi casa y que se ha transmitido en forma oral de generación en generación: “¡Yo sólo me arrodillo ante Dios o ante una dama!”
Habiendo rechazado todas las prebendas que el soberano del Brasil le ofreció para atraerlo a su causa, se radicó en Buenos Aires y, desde allí, “cooperó eficazmente con Pedro Trápani a la preparación de la empresa de los treinta y tres”, que liderados por Lavalleja cruzaron el río Uruguay en abril de 1825 para recuperar la independencia de la Banda Oriental, con la consigna “Libertad o muerte” y la determinación que sólo distingue a unos pocos hombres.
Una vez establecida la independencia, a partir de 1828 fue diputado por Paysandú a la Asamblea General Constituyente que redactó la Constitución Uruguaya, promulgada en 1830. Su firma aparece al pie del acta constitucional.
Volví a saborear la horchata y esta vez la mirada se desvió un poco más allá, hacia el retrato de mi tatarabuelo Manuel de Haedo, hijo único del prócer de idéntico nombre. Me gusta mucho ese retrato, especialmente porque la gente suele decir que en ese retrato mi tatarabuelo y yo nos parecemos. Se casó con su prima hermana, Mercedes de Haedo, hija del ya mencionado Francisco de Haedo y sobrina del general Soler.
Los Haedo siempre fueron miembros destacados del Partido Blanco, y en tal carácter participaron en las cuatro revoluciones. Recordé cómo, en medio de una de estas luchas fratricidas, en que mi tatarabuelo estaba escondido en el monte y sólo mi tatarabuela sabía de su escondite y –con mucho cuidado de que no la siguieran– después de la caída del sol acudía a verlo y a llevarle comida. Le daba mucho miedo hacerlo, no porque pudieran seguirla o abordarla los colorados, sino porque muchas veces había oído cercano “el rugido del tigre”. En aquel entonces aún el yaguareté o tigre americano poblaba esas regiones. Hoy, lamentablemente para su especie cada vez más amenazada, ya no lo hace.
Cada tanto, cuando revuelvo los papeles del archivo familiar, casi como un acto reflejo e incontrolable me divierte encontrar esa carta de pésame enviada a mi bisabuelo, en la que el “Presidente del Comité de Guerra” del Partido Blanco evoca a mi tatarabuelo con las palabras emotivas que suelen ser habituales en estas misivas. Hoy resultaría de lo más chocante que un partido político tuviera “Comité de Guerra”, pero indudablemente aquellos eran otros tiempos.
Saboreando la horchata, poco a poco, fueron pasando por mi mente la imagen de tantos parientes y de tantas fotografías tomadas en la antigua estancia. Recordé que aquellas trescientas leguas cuadradas que tuvo por merced real, se vieron reducidas –en parte de su extensión– por un largo litigio con las misiones jesuíticas de Yapeyú, finalizado en 1802; que Rivadavia siempre pretendió tener derechos al “Rincón de las Gallinas” y los reivindicó –sin éxito– muchas veces, incluso siendo representado en ese menester por otro de mis ancestros, el coronel Modesto Sánchez. Recordé un antiguo y escaso librito sobre la fundación de Fray Bentos –que fue erigida con el nombre de “Villa Independencia”– escrito por el mismo José Hargain, que liderara la fundación de esta ciudad en 1859, y en el que narra cómo fue fundada la ciudad y sus relaciones con los Haedo, propietarios del lugar.
Pero, si no recuerdo mal, el primer documento en el que se expresa la mención de “Fray Bentos” es la partida de bautismo de mi chozno, el prócer Manuel de Haedo. Extendido por Pedro García de Zúñiga, está fechado el 10 de abril de 1773 en el “Puerto de Fray Bentos y Estancia de Ntra. Sra. de las Mercedes.”
Entre todos estos recuerdos no pude dejar de pensar en una famosa industria que se estableció en Fray Bentos en 1863, fabricando extracto de carne y corned beef, y que sin ninguna duda contribuyó al crecimiento de Fray Bentos como ciudad. De la “Liebig’s Extract of Meat Co.”, conocida en la zona como “La Anglo”, procedieron millones de latas de corned beef consumidas por las tropas británicas durante las guerras mundiales con la marca “Fray Bentos”. En algún lugar he leído que el frigorífico “Anglo” fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, y que el príncipe de Gales, durante una visita al Uruguay manifestara “crecí comiendo corned beef.”
Mientras en mi mente se imprimían las imágenes de viejas fotografías de mis abuelos, de mis tíos y primos, de muchos parientes por el linaje Haedo en la estancia “Santa Lucía” –cuyo casco era el mismo de la histórica estancia primitiva– o en la estancia “La Limpia”, o en las estancias de los parientes orientales, “Viraroes”, “Coladeras”, etc., todas ellas en el Río Negro y que en su día formaron parte de la estancia de Ntra. Sra. de las Mercedes que fuera de Francisco Martínez de Haedo.
Dando un sorbo a la horchata mi mente volvió al presente desde su viaje momentáneo por los recuerdos de familia. Pensé entonces sonriendo... ¿qué tendrá que ver la horchata con todo esto?