Los tres coroneles Sánchez
“Las condiciones en que se desliza la vida actual hacen a la mayoría de la gente opaca y sin interés. Hoy a casi nadie le ocurre algo digno de ser contado.”
Así comienza el genial Pío Baroja, tenaz evocador de las costumbres vascas, su novela “Las inquietudes de Shanti Andía”. Lamentablemente resulta difícil, aún más de un siglo después de que viera la luz la primera edición de la novela, discutir la veracidad de estas palabras.
Sin embargo, cuando volvemos la vista atrás y evocamos las vidas de quienes nos precedieron, descubrimos muchas historias no sólo dignas de ser contadas, sino que a veces, con la mirada que proporciona el juicio de la gente actual, “opaca y sin interés”, adquieren una apariencia absolutamente épica. Y más aún cuando se producen en una misma familia. Es el caso de la familia Sánchez.
Formada por el capitán don José Félix Sánchez del Valle, oficial y tesorero de las Reales Cajas de Buenos Aires y Montevideo, natural de Cádiz; y de la criolla Dª María Josefa Gallén y Martínez de Tirado. Sus tres hijos menores fueron guerreros de la Independencia.
El mayor de ellos, Modesto, luchó durante las Invasiones Inglesas siendo aún muy joven, batiéndose en la acción de San Pedro (Colonia), en la que resultó herido, y en la Defensa de Montevideo; pasando luego a combatir en la Defensa de Buenos Aires, en 1807, en la que se ofreció voluntario para pasar “barriles de pólvora entre las columnas inglesas que circundaban la ciudad”.
Después de los sucesos de Mayo, y abrazada la causa de la Revolución, asistió junto a sus dos jóvenes hermanos, Antonio Saturnino y Gregorio, a las acciones que tuvieron lugar en la Banda Oriental.
Así, Modesto se halló en la Batalla de las Piedras (1811), en el Sitio de Montevideo (1811) y en la acción del Corpus. Antonio Saturnino se halló también en el Sitio de Montevideo, junto al Regimiento de Dragones de la Patria; Gregorio se encontró también en el Sitio de Montevideo, participando en muchas de las acciones de esa campaña, e interviniendo en la rendición de esa plaza el 23 de junio de 1814.
Modesto se encontraba ya en diciembre de 1812 en “Tucumán, sepulcro de la Tiranía”, revistando en el Ejército del Alto Perú, con el cual sería uno de los vencedores de la batalla de Salta, librada el 20 de febrero de 1813. Al año siguiente sería nombrado ayuda de campo del General en Jefe del Ejército de Buenos Aires, y asistiría al segundo Sitio y Toma de Montevideo en 1814.
Su hermano Gregorio, después de la toma de Montevideo, pasó también al Alto Perú a fines de 1814. Modesto se encontraba también en ese ejército, como ayuda de campo del Gral. Rondeau.
Durante aquella campaña, Gregorio resultó herido en su brazo derecho por la bala de un fusil en las acciones de guerrilla del 27 y 28 de noviembre de 1815, lo que no le impidió participar al día siguiente en la batalla de Sipe-Sipe (1815), junto a su hermano Modesto.
Gregorio participó, posteriormente, en la persecución del caudillo “Mandinga” en Santiago del Estero, en la campaña de Chuquisaca, junto a Aráoz de Lamadrid, siendo nombrado comandante militar del Valle de San Carlos. Estuvo en el Tucumán hasta 1818, agregado al Estado Mayor de plaza.
Para entonces, corriendo el año 1818, Modesto Sánchez había revistado en el Estado Mayor de la plaza de Buenos Aires, hasta que solicitara ser destinado al Ejército de los Andes, con el cual asistió a la acción de Cancha Rayada y a la batalla de Maipú.
Para 1820 los tres hermanos se encontraban nuevamente en Buenos Aires.
Modesto solicitó y obtuvo su licencia del servicio “con goce de fuero y uso de uniforme”, pasando a asumir funciones públicas de responsabilidad junto a Bernardino Rivadavia, con el cual establecería una profunda amistad.
Antonio y Gregorio, pese a que se hallaban en Buenos Aires, habían sido agregados al Ejército de los Andes. Gregorio, tras cruzar los Andes se embarcó en Valparaíso hacia el Perú, incorporándose al Estado Mayor del Gral. San Martín, acantonado entonces en Huaura. Hizo la campaña de Ica en 1821 y 1822, en la que fue comisionado para insurreccionar los pueblos del interior; regresando luego a Lima por orden de San Martín. Posteriormente se le encomendó, por el Gobierno del Perú, con previo conocimiento de San Martín, instruir el cuerpo de milicias cívicas de Lima; permaneciendo allí hasta la sublevación de la plaza del Callao, en que el Gral. Necochea le otorgó el pasaporte para trasladarse a Buenos Aires.
Sin embargo, la más sorprendente de las actuaciones en las campañas del Perú es la que protagonizara Antonio Saturnino Sánchez.
Fue Tte. Gobernador de la villa de Supe, hasta que en 1822 fue puesto por San Martín a las órdenes del Gral. Santa Cruz, para reforzar las tropas del Gral. Sucre en la campaña del Ecuador, comandó allí dos escuadrones de caballería en la batalla de Pichincha (1822), y participó en la toma de Quito.
En 1823 estuvo en la campaña de Puertos Intermedios como primer ayudante de campo del Gral. Santa Cruz y como Jefe de Estado Mayor del Gral. Lanza.
Siendo gobernador de la provincia de Mizque se produjo allí un motín liderado por el sargento Millán, quien apresó a Sánchez y, “amarrado como un facineroso” le dieron el tiempo justo de encomendar su alma a Dios. Ocurrieron entonces los sorprendentes hechos que, de no ser porque están documentados, podrían pasar por increíbles e incluso novelescos.
Millán descerrajó dos tiros de fusil al gobernador de Mizque, que no dieron en el blanco, y se encontraba preparando su fusil para un tercer disparo –posiblemente definitivo– cuando nuestro coronel Sánchez se deshizo de sus ligaduras y fugó, entre las sombras de la noche, hacia la protección de una arboleda cercana en donde los insurgentes no pudieron encontrarlo.
Entre las sierras de Bolivia logró la protección de una india que lo escondió y alimentó frugalmente durante esa noche, volviendo al día siguiente a Mizque “con un medio ponchito”, pero ante la inseguridad que propició el que la insurrección se hubiera extendido peligrosamente, halló refugio en Tin Tín, en casa del cura Basilio Andrés Durán. Finalmente fue capturado por los realistas, quienes intentaron atraerlo a su causa. Ante su negativa fue conducido a Cochabamba “con singular desconsideración”, y donde “Su estado era tan miserable, que uno de sus soldados, prisionero como él, debió darle algo de ropa, para cubrir su desnudez.” Pudo sublevarse allí, al frente de las tropas que guarnecían la ciudad, el 17 de enero de 1825.
Fue nombrado gobernador de Chayanta, en el Potosí.
En 1826 regresó a Lima, siendo comprendido en el decreto de Bolívar que desterraba “del Perú a los más gloriosos jefes del antiguo Ejército de los Andes que aún quedaban allí”.
Llegó a Buenos Aires, cruzando los Andes por Mendoza, en 1827. Inmediatamente ofreció su espada, disponible para luchar nuevamente por la Libertad en la Guerra del Brasil, pero la terciana adquirida en las campañas del Alto Perú le reclamó el alma a los 32 años, el 16 de mayo de 1827.
Su hermano Gregorio, en cambio, pudo luchar en las campañas de la Guerra del Brasil, y se encontraba, en 1825, acantonado con su regimiento en Concepción del Uruguay, a las órdenes del Gral. Martín Rodríguez. Fue edecán del Gral. Fructuoso Rivera, junto al cual sirvió hasta el final de dicha guerra.
Una vez lograda la independencia del Uruguay, pasó a desempeñar el cargo de edecán del presidente de la República, el Gral. Manuel Oribe. La muerte fue a buscarlo a Montevideo en 1841.
Modesto, que dejó la vida militar para desempeñar en Buenos Aires otras funciones públicas, fue nombrado comisario de policía en 1822. El 28 de abril de 1823 contrajo matrimonio con María Luisa Rodríguez Visillac, con la que fundó su hogar, cuya descendencia perdura hasta nuestros días, incluyendo al autor de estas líneas.
Opositor a la tiranía de Rosas, hubo de emigrar a Montevideo como tantos otros patriotas, siendo Jefe de la “Legión Argentina” y ayudando a los emigrados argentinos necesitados. Poseía en La Agraciada (Soriano, Uruguay) una importante estancia.
Pudo volver a Buenos Aires después de la batalla de Caseros, donde murió en 1857.
Los tres coroneles Sánchez empeñaron sus vidas en la causa de la Libertad de Sudamérica, actuando en algunos de los más importantes hechos de armas que tuvieran lugar en la primera mitad del s. XIX. Su vida no sólo es digna de ser contada, sino que adquiere ese carácter épico que sólo alcanzan algunos de los grandes personajes históricos.
Seis países les deben el reconocimiento de haber luchado por su libertad: Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Uruguay.
Posiblemente los porteños actuales, desconocedores de las acciones y de los hechos de la gran mayoría de los guerreros de la Independencia, no se imaginan cuando transitan por ella, que la calle Sánchez de la capital porteña se denomina así en honor al coronel Antonio Saturnino Sánchez.
Pero la mayoría de la gente que transita por la calle Sánchez, al igual que la mayoría de la gente que transita por cualquier otra calle de cualquier otra ciudad del mundo, es, como afirma Pío Baroja, gente “opaca y sin interés”.