Recuerdos de Pedraza
Allí estaba de nuevo, sentado en la plaza de Pedraza disfrutando de sus piedras medievales. Treinta años habían pasado desde la última vez. Treinta años y muchos cambios, que como suele ser habitual no siempre son para mejor.
Estando allí no pude sino recordar a mi tía Irene Ugarte de Quirno, a quien todos llamábamos “Chiquita”. La última vez que estuve en Pedraza lo hice con ella y con mi prima, Adela Quirno de Echagüe. ¡Cómo les gustaba a ambas ese pueblito medieval segoviano!
Adela y Chiquita hicieron un lindo viaje visitando muchos países europeos en primavera y luego Chiquita se quedó en casa, en Madrid, pasando todo el verano y gran parte del otoño. Le encantaba el sol de España y comer lechazos en Pedraza. Era una persona muy divertida y agradable.
Pedraza es una villa medieval amurallada, con una única puerta de acceso que antaño se cerraba por las noches. Localizada en lo alto de un risco, la villa y su castillo resultaban inexpugnables.
La villa se conserva antigua en su totalidad, sin haber dado paso a horribles construcciones modernas de hormigón. A mediados de los ’80 era un precioso lugar en el que alguna gente de Madrid poseía segundas viviendas de fin de semana, y a la que se acercaban algunos pocos turistas a comer un lechazo asado en los escasos mesones de su plaza mayor, y en el que se podía tomar una copa por las noches ─a la luz de las velas─ de un modo absolutamente bucólico.
La villa fue antiguamente lugar de importancia. Pasó a pertenecer a los duques de Frías por el matrimonio, el 1472, de don Bernardino Fernández de Velasco, condestable de Castilla y Ier duque de Frías, con Dª Blanca de Herrera, que llevó en dote las villas y castillos de Pedraza y Torremormojón, y la villa de Talaván. Aún hoy puede verse en el castillo un antiguo blasón de los Herrera, pese a que el blasón que señorea tanto la puerta del castillo como la de la villa es de los Velasco.
Los duques de Frías eran, en virtud de su señorío sobre la villa y su término, beneficiarios de las “Alcabalas”, de los “Puentazgos”, de las “Quatro escrivanias” existentes y de los “fielazgos”, que importaban una interesante cuantía.
Su castillo ─construido en el s. XIII sobre un antiguo castro romano y reedificado en el s. XV por el linaje de Herrera─ antaño inexpugnable, sucumbió en parte al expolio de sus piedras al que se vio sometido por los propios vecinos de la villa como tantas otras fortalezas de Castilla, hasta que en 1925 fue comprado y restaurado por el pintor Ignacio Zuloaga, guipuzcoano de nacimiento y castellano de adopción. Aún hoy es propiedad de sus descendientes.
Cuando visitaba Pedraza con mi tía Chiquita era una residencia particular de los Zuloaga. Actualmente se visita y constituye el Museo Ignacio Zuloaga, en el que pueden apreciarse varias importantes obras del pintor vasco. Fue estrecha la relación de los Zuloaga con Segovia. Mientras visitaba el castillo no pude dejar de recordar a Daniel Zuloaga, ceramista y tío del pintor que adquirió e instaló sus talleres en la segoviana iglesia románica de San Juan de los Caballeros, donde mis abuelos le compraron a principios del s. XX un plato firmado por él ─representando a una mujer y un burro─ que siempre he visto colgado en casa de mis padres.
El castillo de Pedraza tiene la particularidad de haber sido prisión ─de 1528 a 1530─ del Delfín de Francia y de su hermano, el futuro Enrique II, hijos del rey Francisco I, hecho prisionero en la batalla de Pavía, y que como parte de los acuerdos de paz a los que llegó con el emperador don Carlos, los entregó como rehenes. En algún sitio he oído decir que fue durante esos pactos que el César Carlos utilizó por primera vez el castellano como lengua oficial.
Aún en el s. XVIII la villa conservaba su importancia. Entonces, a semejanza de hoy, en la villa de Pedraza había “...Noventa y ocho [vecinos] enesta Poblacion, inclusos Doze del estado noble...”, dejando constancia de que “...en dha villa y sus Arravales hai Docientos veinte y ocho Casas, las Ciento y tres dehavitacion Alta y Ciento veinte y cinco vajas, todas havitables, excepto una que sehalla Arruinada...”
Importante actividad económica fueron durante mucho tiempo la Mesta y la lana castellanas; una actividad de la que no parece haber quedado ajena esta villa, en la que había en el s. XVIII “ocho pastores”, que cuidarían las ovejas “...que trasuman y pastan en la extrema dura los meses deymbierno...”, para hacerles producir buena lana que se obtendría en el “esquilmo” de dicha villa “...enelque se Corta la Lana de la Cavaña delmismo, que Confta dedoze mill y quinientas Cavezas de ganado Lanar fino Merino y Leones...”
No parece que finalizara aquí la industria de Pedraza, ya que para procesar esta buena lana castellana “aitres Batanes de paños Bastos”; no siendo lo único, que para acabar los tejidos existía también “...un tinte de azul y negro vasto demedia Caldera...”, y para tejerlos y confeccionarlos poseía la villa “...catorze texedores de Lienzos...” y “... tres Maestros sastres...”
Mientras saboreaba un rico lechazo asado en horno de leña y regado con buen tinto de la Ribera del Duero, se me ocurrió pensar que de todas esas actividades de antaño, tan sólo prospera hoy en la villa la de los mesones y casas de comidas. Hoy son muchos los que hay pero hace treinta años eran unos pocos; y yendo más atrás en el tiempo, en el s. XVIII nos cuentan las crónicas de entonces “...que ai un Mesón yntramuros dedha villa propio de Dª Juana Velazqz Ladron de Guevara, que produze en Arrendamto Docientos reales vn....”, que seguramente tendrían arrendado alguno de los “...dos mesoneros...” o de los “...dos taberneros...” que aparecen entonces en la villa.
Volví a salir a la plaza para tomar un café mirando a su iglesia parroquial, cerrada y con un cartel que anunciaba el horario de la única misa diaria que hay, y pensé que ya haría mucho tiempo que no se ocuparían de ella los “...seis sacerdotes...” que antaño hubo, y que con tanto turismo ya no existiría ninguno de los “...diez Pobres de Solemnidad...” que supo tener.
Recordé el lugar apacible, agradable y fantástico que recordaba de mis visitas con Chiquita hace treinta años, y pensé que ni la villa ni sus mesones tenían la capacidad suficiente para albergar a tantos turistas como había ese día, visitando las tiendas de cachivaches y recuerdos de dudoso gusto que no existían hace tres décadas.
En cierto modo añoré también los buenos y divertidos ratos pasados junto a mi tía Chiquita Ugarte en dos continentes. Rememoré cómo disfruté de su estadía en Madrid, y recordé que murió muy poco tiempo después, al volver a Buenos Aires.
Entretanto daba un sorbo a mi café pensé que a unos doscientos cincuenta kilómetros de aquí, asaltando el castillo de Garci Muñoz, murió en 1479 el poeta guerrero Jorge Manrique. Entre sus ropajes se hallaron sus famosas “Coplas...”, y no pude sino recordar aquellos versos tantas veces mentados desde entonces.
“cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado,
fue mejor.”
Pensé, mirando la cantidad de turismo un tanto vulgar que atiborraba la villa, que éstos versos de alguna manera reflejaban fielmente mi retorno a Pedraza después de treinta años sin verla.