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Guerreros y santos

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Según me acercaba pasé por las Navas de Tolosa y recordé que esa población fue fundada por el rey Carlos III con colonos centroeuropeos, para poblar las regiones de Andalucía que se encontraban desiertas y constituían un importante reclamo para que los bandoleros realizaran su poco honrada labor, con el peligro que representaban para los viajeros que habían de atravesar esas zonas. Esas familias centroeuropeas, pese a estar completamente mestizadas y que no conservan, en la mayoría de los casos, ningún recuerdo de su origen flamenco, germánico o suizo, atesoran la impronta de su genética en la abundancia de andaluces rubios con ojos claros.

Pero el nombre de la población no fue puesto por capricho regio, sino porque en sus inmediaciones tuvo lugar, el 16 de julio de 1212, la famosa batalla de las Navas de Tolosa; en la cual la hueste cristiana, encabezada por Alfonso VIII de Castilla, y acompañada por los reyes Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra, vencieran al moro Miramamolín, capturando los navarros al monarca almorávide y adoptando, en memoria de este hecho de armas, las cadenas que circundaban su tienda como emblema heráldico. Es el origen de las cadenas de Navarra.

No muchos kilómetros después mi automóvil pasaba por Bailén, donde también se librara importante batalla un verano, casi 800 años después de la de las Navas. Esta vez el invasor fue Napoleón, quien por un tiempo doblegara a Europa entera con su “Grande Armée.”

Recordé que en esa batalla luchó el Libertador San Martín, ganando en el campo de batalla los galones de teniente coronel y la medalla de aquella importante acción de guerra; antes de cruzar los Andes y vencer en Maipú. Junto a el cruzaron la cordillera mi chozno, el coronel Modesto Sánchez, y mi tío el general Soler.

Según me aproximaba a mi destino evoqué en mi memoria la batalla de Munda, librada entre Julio César y los pompeyanos en los alrededores de la actual ciudad cordobesa de Montilla, en el 45 a.C., y de la que “se dice que César manifestó que siempre había luchado por la victoria, pero que en esta ocasión también había tenido que luchar por su vida.”

Con tantos guerreros y acciones bélicas no pude evitar recordar que en Montilla nació Gonzalo Fernández de Córdoba en 1453, hijo del señor de la villa (aún no era ciudad, título que le concediera Felipe IV en 1630), que presentara al rey católico sus famosas “cuentas del Gran Capitán”.

También vivió allí, por ser pariente de su señor el marqués de Priego, el Inca Garcilaso de la Vega; quien fuera capitán, bajo el mando de don Juan de Austria, contra los moriscos del reino de Granada durante la Rebelión de las Alpujarras.

Casa del Inca Garcilaso
Casa del Inca Garcilaso de la Vega
Montilla, Córdoba

El Inca Garcilaso viviría en Montilla, en casa de su tío el capitán Alonso de Vargas, y conocería allí a Miguel de Cervantes, que situara en el hospital de San Juan de Dios uno de los pasajes a que se hace referencia en “El coloquio de los perros” y en el que dejara constancia de la maldad existente en sus más célebres brujas, las "Camachas”, y especialmente sobre una de ellas a la que se refiere el relato diciendo: “Esta puta vieja sin duda debe de ser bruja, y debe de estar untada; que nunca los santos hacen tan deshonestos arrobos, y hasta ahora,  entre los que la conocemos, más fama tiene de bruja que de santa.”

No tengo duda de que aún hoy han de existir en la ciudad cordobesa “camachas y camachos”; pero para mitigar los efectos del averno y la ponzoñosa herencia de tan célebres brujas, puso el Cielo dos célebres santos para alivio y protección de sus naturales.

Uno de ellos, San Juan de Ávila, doctor de la Iglesia, patrono del clero secular español, vivió y murió en Montilla, siendo enterrado en la Iglesia de la Encarnación, convertida hoy en la Basílica de San Juan de Ávila, cuyos restos se conservan en una urna en el altar mayor de dicho templo; ante el cual se casara el autor de estas líneas.

Quienes estudian la vida y obra de los hombres venerables, dicen que la presencia de San Juan de Ávila debió de influir en la santidad de San Francisco Solano, nacido en la ciudad en 1549 y recordado por la profusión de hechos milagrosos que realizara tanto en Andalucía como en América, donde lograra innumerables conversiones de los naturales de aquellas tierras.

Fray Andrés de Izaguirre preguntó en una ocasión a fray Francisco “que por qué se había venido de España a tierras tan remotas y ásperas, le respondió el padre Solano que en España le apellidaban por santo; y la ocasión fue que, llevando a enterrar a un niño en San Francisco del Monte, suplicó a Nuestro Señor que le volviese de la muerte a vida; y así fue que resucitó el dicho niño.

A lo cual le replicó este testigo que si se vino de España huyendo por hacer milagros, que para qué los hacía acá. Y el padre Solano con sus mesmos dedos selló y tapó la boca a este testigo, diciéndole que callase, que tiempo venía que lo pudiese decir.”

Rodrigo de Soria Cervantes era propietario de casa y de otros bienes de importancia en su Trujillo natal, donde había casado con su mujer Dª Beatriz de Alarcón, que había sido dotada para tal fin con 4000 ducados de Castilla. A fines del s. XVI residía en Talavera de Esteco, en la entonces Gobernación del Tucumán y como alguacil mayor de esa ciudad.

San Francisco SolanoPresumiblemente en el año 1591, iba Rodrigo de Soria Cervantes a caballo hacia el poblado indígena de Socotonio, poblado por indios tonocotés. Lo acompañaba el capitán Bernardo García cuando vieron venir un toro bravo que les embestía con furia. Rápidamente picaron espuelas y se pusieron al resguardo del peligro, cuando al volver riendas vieron que fray Francisco llegaba al lugar, caminando y despreocupado, y presenciaron la prodigiosa escena “...que llegando muy furioso al siervo de Dios fray Francisco Solano, se le arrodilló el dicho toro y le besó las manos, y se volvió al monte dejándole seguir su viaje.”

El alguacil mayor de Talavera de Esteco relató estos hechos prodigiosos ante las autoridades diocesanas entre 1610 y 1612, y se conservan en los Archivos Vaticanos de la Sagrada Congregación de Ritos, al folio 999 del primer legajo de los 13 de que está compuesto.

Rodrigo de Soria Cervantes murió en la Córdoba americana el 1 de diciembre de 1624, siendo sepultado en la iglesia de San Francisco, en espera de ser trasladado a la ciudad de Esteco donde tenía su enterramiento propio en la iglesia franciscana. La visión del milagro del toro acaso fuera el más destacable pasaje de su vida; y su descendencia, debido al traslado a Buenos Aires de sus hijas, es mayormente porteña.

Por esos azares de la vida un porteño como yo, 13º nieto de Rodrigo de Soria Cervantes, fui a casarme hace ya unos cuantos años, ante los restos de San Juan de Ávila.

Mientras pasaba el fin de semana en Montilla, saboreando sus vinos finos entre el recuerdo de tantas luchas y guerreros curtidos en los campos de batalla europeos y americanos, sentí flotar en el aire la diabólica influencia de las “Camachas”, que con sus “deshonestos arrobos” procuran hacer el mal sin descanso. Pero también sentí, aún más fuerte, la beatífica protección que los dos santos montillanos extienden sobre sus fieles devotos.

La vida está llena de casualidades. O tal vez no.

 

 

 

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