Las tradicionales lluvias de abril aún no han comenzado y el sol luce en El Escorial, alegrando el espíritu y recordándonos que ─aunque aún haga frío al ocultarse─ la primavera está ya presente.
Mientras disfrutaba de mi pipa y del día en la terraza, mis pensamientos viajaron a unos rincones mucho más oscuros de mi memoria y, por algún extraño motivo, recalaron en la ignominia que fueron para la humanidad los totalitarismos fascistas de la primera mitad del s. XX y del daño que causaron ─y que en algunos casos aún causan sus rescoldos─ a los países que los sufrieron y al género humano.
Recordé que en 1930 se produjo en la Argentina el golpe de estado de José Félix Uriburu que derrocó el gobierno de Hipólito Irigoyen, instauró la dictadura militar y “se mostró francamente ultrarreaccionario y fascista desde el comienzo, y asumió formas dictatoriales con la aplicación pretendidamente constitucional de la ley marcial, no obstante hallarse excluida por el estado de sitio en la Constitución Argentina.”
Todos tenemos en la vida nuestras preferencias y nuestras predilecciones aunque a veces no haya un especial motivo que las explique.
Quienes nos aventuramos en estudiar las diferentes, y a veces antiguas líneas de nuestra ascendencia, también tenemos nuestras preferencias por algunas ramas de nuestro linaje que, por algún extraño motivo, nos resultan más simpáticas. Sin que sepa porqué, me ocurre esto con mis ramas portuguesas.
Mis orígenes portugueses vienen por dos líneas diferentes, llegadas a Buenos Aires a fines del s.XVI.
La genealogía es, para quienes la cultivamos, una ciencia apasionante. Sin embargo quienes no la conocen suelen pensar que es una actividad aburrida, especialmente inventada para gente introvertida y excéntrica. Nada más lejos de la realidad.
Cuando ocurrió esto no hacía mucho que había sido publicado mi trabajo “El comercio de Cádiz. Breve reseña de los linajes Bayo y Bacaro.” Y habiendo dado ese trabajo por finalizado, y por simple curiosidad, me disponía a abrir ese día unos expedientes en el Archivo del Museo Naval de Madrid.
Una interesante sorpresa me esperaba. Al abrir la carpeta de uno de los expedientes que había ido a ver, encontré una carta de un lejano pariente del que no conocía su existencia, llamado Luis G. Bayo.
“Bendijo Dios a Noé y a sus hijos, diciéndoles: Procread y multiplicaos y llenad la tierra.” Génesis 9,1. “Noé, agricultor, comenzó a plantar una viña. Bebió de su vino, y se embriagó, y se desnudó en medio de su tienda.” Génesis 9,20-21.
El sol brilla en el cielo pero no llega a calentar como suele tener costumbre de hacerlo. El viento baja hoy muy frío desde el Abantos recordándonos que aún es enero y queda mucho invierno por delante.
Caliente en casa, desde la comodidad de mi sillón miraba por la ventana mecerse la copa de los árboles, arrulladas por el viento, mientras disfrutaba de una copa de vino. Los aromas que se desprendían de la copa y sus sabores —a la vez tánicos, minerales, afrutados y amaderados— me llevaron a recordar al ancestro Noé, aquel que después del Diluvio se convirtió en genearca de la humanidad y que —según narra el Génesis— es el abuelo universal de todos nosotros.
Quienes disfrutan de la genealogía saben que no es una ciencia que se limite únicamente a estudiar nuestros antepasados directos, sino la formación de la sociedad y las relaciones existentes entre las familias y sus miembros.
Hoy me puse a pensar en los tíos y en la relación existente entre tío y sobrino, y entre primos.
Jorge Luis Borges
Normalmente los primos suelen tener relación entre sí. Muchos primos segundos también la tienen. Por supuesto, sobrinos y tíos segundos se conocen bien, puesto que sus padres suelen verse. Pero ya no es tan común que una generación posterior mantenga el trato familiar tan presente, y es común que los primos en cuarto grado no sólo no se conozcan sino que ni siquiera tengan presente que son parientes, cuando para un estudioso de la genealogía es éste un parentesco muy cercano.
Llegué cansado al final de la semana. Trabajo, imprevistos, complicaciones… lo habitual de todas las semanas del año en la mayoría de los hogares del mundo.
Mientras –cansado– me sentaba en el sillón, recordé que sobre estas horas de la tarde solía mi abuelo servirse un whisky y acompañarlo con unos taquitos de queso. Decidí hacer lo mismo, aunque en esta ocasión me incliné por el ron.
Los vapores de la caña de azúcar que emanaban del vaso me recordaron que mañana vendría a casa Catalina –a la que hacía mucho tiempo que no veíamos– quien con su familia se había trasladado por unos días a Madrid desde las Islas Canarias.
El ron, y probablemente el cansancio, llevaron mis pensamientos hasta las “Islas Afortunadas”, en las cuales las leyendas cuentan que vivían “Radamanto, Orfeo, Minos y Dárdano”; y donde existía “un pozo en el cual se podía ver y oír todo lo que sucedía en el mundo.”
“El viejo río fluía a la caída del día en todo su cauce, después de siglos de servicios prestados a la raza que poblaba sus márgenes, en la tranquila dignidad de un curso de agua que lleva a los confines de la Tierra” Joseph Conrad. “El Corazón de las tinieblas”.
Quienes saben de esto afirman que los pueblos siempre se han asentado a lo largo de las márgenes de los ríos, como si sus aguas ejercieran alguna extraña atracción sobre las gentes que pueblan sus orillas.
Por un momento me paré a pensar en que probablemente todos tenemos nuestros ríos, aquellos cuyas aguas ─la mayoría de las veces aún sin notarlo─ ejercen algún tipo de atracción sobre nosotros, o tal vez nos sume en recuerdos de otras épocas.
En mi caso particular el arroyo Vitel trae recuerdos de mi infancia del mismo modo que el río Guadarrama los trae de mi juventud.
Ya ha pasado la Navidad y se acerca el fin de año. Una noche en la que todos celebramos el dejar atrás las penurias viejas del pasado ejercicio y festejamos alegremente el enfrentarnos a las nuevas penurias que nos tiene preparadas el año próximo. Son días de celebración, de alegría, y también de reunión familiar. La familia, y el recuerdo de los que ya no están, siempre está presente en estos días.
Mientras el fuego chisporroteaba en la chimenea y fumaba una de mis pipas, el recuerdo viajó esta vez hasta aquellos ancestros que cruzaron el océano hacia la conquista y población del Río de la Plata. No pude sino recordar que la vida de aquellas primeras generaciones en aquellas tierras no fue fácil, estuvo llena de penurias y de abnegación para cumplir la empresa que se esperaba de ellos y legarla a las futuras generaciones.
Hoy amaneció lloviendo en El Escorial. El otoño ya va indicando que vino para quedarse y nos muestra su cara más gris.
El día sombrío me hizo recordar el contraste con la primavera pasada, en que hice la última visita al Monasterio y mi amigo Roberto Asategui me fotografió, junto a mis hijas, al pie de la sepultura del díscolo príncipe don Carlos. Aquel que, siendo heredero al trono, fue condenado a muerte por su propio padre, Felipe II.